miércoles, 25 de febrero de 2009

Desayuno frente al fuego

En la página www.fotonatura.org hay fotos muy chulas y algunas con historia detrás. Está me gustó mucho y por eso quiero compartirla.

El desayuno más maravilloso jamás contado


El desayuno más maravilloso jamás contado

Autor: EDUARDO BARRACHINA ALBERT

Trabajando en un documental sobre el parque natural de Guara, y tras estar toda la mañana por la parte norte de la sierra, me dirigí a la localidad de Bara, un pequeño pueblecito perdido en el prepirineo, que disponía de un modesto pero acogedor hotel. Muy buenas sensaciones tuve allí, cuando nada más bajar del coche en el mismo pueblo, me sobrevolaron 3 quebrantahuesos. El entorno del mismo era maravilloso, y disfrute de él a través de un largo paseo con el bueno de José, el dueño del hotel, al tiempo que su mujer se dedicó a recolectar rebollones para la cena. Sentados en la mesa, mostré mi preocupación por las anunciadas lluvias para el día siguiente. -Ya te avisaré yo mañana- me dijo José, como si ratificarlo in situ me sirviera de algo. Me acosté cansado, complacido por el trato recibido y feliz por estar en un entorno tan privilegiado. Y dormí.. ¡¡POM POM!!, -¡Periodistaaaaa!, ¡que está lloviendo!-, me desperté sobresaltado, qu…que, ¿que pasa?, ¿qué hora es?. Eran las 6:30 de la mañana, todavía de noche. Salí al pasillo y oí más lejos, -¡levántate, que me tengo que ir!- Hice las maletas rápidamente y bajé a la recepción a toda prisa. Allí estaba José. –Que te tienes que marchar, no puedo darte ni de desayunar. Te vas a casa de un vecino y comes algo allí.- ¿Comooooooo?, me pregunte pasmado. –El tío Ramiro se levanta muy pronto, él te dará de comer. Mira, por allí viene- Me asomé a la puerta y vi un paraguas enorme del que colgaban dos piernas. Cargué en mi coche el equipo y el equipaje y me dirigí al tío Ramiro. Que me ha dicho el Sr. José que vaya a su casa a desayunar, que él se tiene que ir, y no puede atenderme. –Pues vale, ven pacá- Le seguí hasta su casa, una vieja vivienda de piedra, como todas las del pueblo, que según me contó tenía 400 años. Todavía la noche nos cubría, la lluvia era copiosa, y no veía más que los pies de mi anfitrión. ¿Puede encender la luz?- ¡Luz!, aquí no hay luz, nunca la he tenido-. Subí por unas escaleras de piedra y entramos en una pequeña estancia en la que se encontraba una vetusta chimenea. El tío Ramiro se sentó al lado, removió la leña, y un suave calor me acogió. -¿Te preparo unos huevos y unos choricicos?- No, no, gracias, a estas horas la verdad…Me sirvió un vaso de leche con miel casera y una torta de nueces, y mi semblante contrariado empezó a cambiar radicalmente. Mientras miraba relajado las llamas y daba cuenta del desayuno, escuché al tío Ramiro contar viejas historias de su pueblo, impresiones de su niñez cuando su padre le contaba sus experiencias con los lobos, relatos de nevadas históricas, anécdotas fabulosas como la de aquel que se perdió por la noche en el bosque con su burra, y que se ató a su rabo para que le llevara al pueblo, sus encuentros con los quebrantahuesos, y más y más asombrosas crónicas, contadas con una gran sencillez y humildad. ¡Que rato más delicioso estaba pasando!, me sentía importante, al lado de aquel entrañable aldeano y apartado de todo atisbo de civilización moderna, sin electricidad, sin televisión, sin cobertura de móvil. Me despedí de él prometiéndole volver, y me fui un tanto altivo, sabedor de la experiencia tan agradable y afortunada que había pasado, teniendo la sensación de haber viajado en el tiempo, de haber coqueteado con la llaneza y con la naturalidad más casta. Si alguien quiere visitar uno de esos últimos pueblos en los que naturaleza y mundo rural son lo mismo, que no dude en ir a Bara, y si encima, puede compartir un desayuno con uno de sus lugareños, mucho mejor. En abril volveré, si alguien se apunta…

Equipo
Foto realizada con cámara xlh1

2 comentarios:

Araceli Ruiz dijo...

Me confieso urbanita al cien por cien pero no dejo de sorprenderme con alguna escapada de vez en cuando a alguno de los miles de maravillosos pueblos de nuestra geografía. Es una forma de valorar lo que se tiene y de disfrutar de las cosas más absurdas, las que de tan vistas se han hecho invisibles para nuestros ojos de ciudad.
Hermoso texto que me trae, cómo no, recuerdos de mi niñez en el pueblo de mi madre. He disfrutado mucho allí, en la naturaleza, pero también he visto mucho sufrimiento y sacrificio en sus gentes. El campo, para vivir de él, es muy duro. Admiro a esas personas que saben sacar provecho de lo poco que tienen y son felices con eso.
Besos.

Amalia dijo...

Hola Araceli, a mi el campo me encanta, pero para ir de visita; prefiero vivir en una ciudad pequeña como Cartagena, en las grandes me agobiaría demasiado. Aquí la gente es como de pueblo y es una ciudad pequeña, pero tiene lo bueno de las cuidades, corte ingles, mercadonas y cosas así...(Mejor no les digas a los cartageneros que les he llamado pueblerinos, porque les molesta, pero es la verdad, y no me exluyo de ellos, aunque creo que tengo una mente más abierta).
Pues eso a mi el campo me encanta, solo estuve hace años, con 10 años en la casa de pueblo de la tía de mi madre, casa sin luz, con chimenea, sin aseo... La verdad es que me lo pasé muy bien, pero quizás por ser solo un día. Además lo pasé mal esa noche, estaba deseando que amaneciera para salir a hacer pis jeje, pero al final no aguanté más e hice en un cacharro... Bueno, que entiendo que la vida allí es muy dura, y también admiro a los mayores que vivieron de eso, en el campo con sus cultivos y animales. Se aprende mucho de ellos.
Gracias por el comentario.
Besos.